sábado, 14 de marzo de 2009

Por qué no abortaría

Porque tengo 41 años y no 12.
Porque puedo hablar y moverme. Y decidir con quién me acuesto. O no.
Porque puedo cuidarme sola y, llegado el caso, cuidar a un bebé.
Por todo eso –y tanto más– no abortaría.
Por todo eso, también, entiendo a las mujeres que deciden hacerlo. Y a las que no.
Pero en las que no puedo dejar de pensar es en las otras.

Las que no pudieron decidir nada. Como P.B., la chica santiagueña de 22 años con un retraso psicomotor severo, imposibilidad de ubicarse en el tiempo y el espacio y episodios de autoagresión a la que alguien violó en noviembre. P.B hoy está embarazada y, como siempre sucede, ya le ha crecido alrededor una cohorte de arcángeles siniestros, de querubines Unabomber. Gente de dedito insigne y Biblias llevar, dispuesta a lanzarte con un Éxodo o un Eclesiastés por la cabeza en cuanto “algo” (una chica discapacitada, violada y embarazada, por ejemplo) ose romper la paz de los cementerios.

Alguna vez, hace mucho, creí que no estaban tan equivocados. Fui a Acción Católica, “misioné”, la serie completa. Pero mi Cristo siempre fue el que echaba a patadas a los mercaderes del templo. El que se enamoraba de María de Magdala. El mismo que mucho después volví a ver en la Puna, vestido de cura y repartiendo preservativos entre la gente que ya no quería tener más chicos.

Alguna vez, hace de esto mucho también, yo conocí a una enferma de Dios.

Una suerte de Eleanor Rigby, pero sin poesía. No se perdía una sola misa y competía con otros bichos de iglesia por pasar el limosnero, esa especie de colador de café donde se junta plata para obras de caridad. Según ella, a más rato recorriendo la iglesia en busca de donaciones, menos minutos vuelta y vuelta en el spiedo de Mandinga. Recuerdo que había transformado su casa en una suerte de free shop celeste, con un exorbitante nivel de estampitas por metro cuadrado. Eso sí: como nunca le gustó que el pobrerío se asomara a otear esa muestra gratis del más allá, se la pasaba llamando a la policía para que despejara de crotos el frente de su casa. Y, cada tanto, la emprendía en voz alta “contra las negras éstas que viven embarazadas, andá a saber de quién”.

–Yo conozco una así –le dije–.

Es una chica muy jovencita. Y pobre. Quedó embarazada de alguien que no es su esposo.

–¿No te dije? ¡Qué espanto! ¿Y cómo se llama?

–María. María de Nazareth.

Desde ese día ya no fui bienvenida en su casa. Ni en la iglesia. Pero aprendí algo: los prejuicios nublan la vista. Y a veces, sólo a veces, el amor también.

–¿Lo ve? Ahí está. Es ése –me dijo años más tarde el ecografista.

Y era ése, nomás. Dante, todavía pececito azul en mi barriga, pataleando a más no poder. Lloré tanto que no pude ver nada. Pero aquel día entendí algo más: que a un hijo lo hace, antes que cualquier otra cosa, el amor con el que se lo mira. O no.

Fabiana, en cambio, dice que nunca lloró. La entrevisté hace años, para una nota sobre el aborto. Las chicas como Fabiana casi siempre son eso: testimonios en notas, numeritos en las encuestas. “Casos.” Miles de Fabianas conforman el grueso de la cifra negra del aborto en la Argentina. Una de cada tres mujeres embarazadas en este país, dicen, termina Fabiana. A ella su mamá la hizo abortar a los doce.

–Fuimos a lo de una vecina. Primero me puso unos tallitos de perejil. Después comencé a sangrar, pero mi mamá decía que si íbamos al hospital iban a llamar a la policía –me contó entre susurros.

Al final le metieron agujas de tejer Nº 3. Terminó en el hospital.

No se murió, pero casi. Se quedó sin útero. Y sin lágrimas.

Decir que alguien está “a favor” del aborto es casi tan ridículo como decir que alguien es fan de las molotov o del napalm. Una sandez (atento ahí, el forista incisivo: se la dejo servida para que meta el golazo de su vida haciendo un juego de palabras con mi apellido) redonda, perfectísima. A favor o en contra son –cada vez estoy más convencida– lujillos de clase media. Nadie que conozca de cerca la tristeza y la sangre que hay detrás de un episodio como éste puede decir que está “a favor” del aborto, como quien se confiesa hincha de Sacachispas. Adivino que se está, en todo caso, a favor de hacer de la salud sexual y reproductiva una política de Estado, seria y en serio, y del aborto legal una alternativa, aun cuando sea la más terrible. Pero en este país, para muchas, la biología sigue siendo destino.

No, definitivamente yo no abortaría. Por todas esas razones del principio, que en última instancia hacen a una sola: porque puedo elegir no hacerlo. Porque no quiero. Porque tengo la información, los recursos, la compañía y la libertad necesarios como para no quedar embarazada si no se me antoja, primero, y para zafar de la maldición del tallo de perejil y de las agujas de tejer, después. Y eso, Dios nos perdone, es mucho más de lo que alguna vez tendrán tantas Fabianas.


Por F. Sández

fuente: criticadigital.com

2 comentarios:

MariaPaula dijo...

me gusta tu opinión, me parece muy lógica y me gusta lo que decís de María de Nazareth

Andrea dijo...

Ojalá utilizaran todo ese tiempo que tiene para realizar echos que no dañen a las personas moralmente. No me alcanzan las palabras para expresar lo equivocadas que están. Sin embargo su discurso es repetido, siempre las mismas razones supuestas. Gracias a Dios tengo tan en claro lo que es matar y los valores que rigen mi vida me enorgullese ser diferente a ustedes. No van por un buen camino se los aseguro, nadie gana nada proclamando la cultura de la muerte. Y esto no tiene que ver con las religiones ni nada por el estilo. Las únicas que no respetan la pluralidad de voces son ustedes, sobre todo cuando en los encuentros de mujeres llevan a un monton de mujeres ignorantes para convencerlas de que matar a sus hijos las hacen más mujer y respetar sus supuestos derechos. Si, la lucha es dura pero seguimos de pie. Porque la vida vale más